Reginaldo Pereira indica dónde aparcar en la plaza de Lauro de Freitas, a una veintena de kilómetros de Salvador de Bahía. Porta en el pecho una insignia que le habilita como gorrilla municipal homologado. Tiene 43 años, es mulato, de pelo corto y revuelto. Pobre. Hace poco se divorció y se vio en la calle. Su mujer y su hija se quedaron con la chabola y la subvención familiar de 92 reales (29,6 euros), denominada Bolsa Familia. Él se fue a dormir a un parque.
Habla confusamente de su vida pero tiene claro cuando se le pregunta a quién va a votar en las próximas elecciones del 26 de octubre, si a la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT) o al más conservador Aécio Neves, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). “Oiga, se me eriza la piel al pensar en Dilma. Y en Lula [el expresidente Luis Inazio da Silva]: él fue el primero en acordarse de los pobres en Brasil. Por eso yo soy fiel al PT. Ellos me han sacado de la miseria. Me sacaron de la calle. Ahora vivo en una habitación alquilada con el programa Bolsa de Alquiler: pago sólo 65 reales (21 euros) y tengo un techo. Mi hijo recibe una ayuda también. Y yo estoy apuntado a un piso oficial que me darán en unos años, espero. Me dan ganas de llorar cuando lo pienso”.
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