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domingo, 12 de setembro de 2010

Por que me ufano (do El Clarin)

Chau Lula: La felicidad no tiene fin12/09/10 - 01:39

A tres semanas de las elecciones en Brasil, Clarín recorrió el emblemático estado de Pernambuco, que salió de la miseria en la presidencia de Lula, autor de una transformación social sin precedentes.


PorGustavo Sierra
RECIFE. BRASIL. ENVIADO ESPECIAL

¿Por quién va a votar?
-Por Lula.
-Pero si Lula no es candidato.
-No importa. Yo voto por Lula.
El diálogo absurdo se repite decenas de veces. La gente más pobre del nordeste de Brasil no repara en formalidades. Cree en un solo político. Uno como ellos que gobernó en los últimos ocho años y que logró que 90 millones de personas tuvieran algún tipo de ascenso social.
-Y si Lula no aparece en la boleta, ¿por quién va a votar?
-Por Dilma, que es Lula.
Dilma Rousseff, la candidata del Partido de los Trabajadores (PT) del presidente Lula da Silva, que lidera las encuestas para las presidenciales del 3 de octubre con un 50% de intención de votos y supera a su rival más próximo el socialdemócrata José Serra por más de 22 puntos, pasa a representar al líder por el que toda esta gente esparcida por la mítica tierra de Pernambuco hoy le pide que se quede, o por lo menos, que se convierta en el garante de que nada va a cambiar. Lula está dejando su gobierno con un 77% de aprobación a nivel nacional y un inédito 96% en esta región del nordeste.
Y es que nunca antes en la historia de este país se había producido una transformación social y económica como la que se vivió en los últimos 15 años, con la estabilidad que trajo Fernando Henrique Cardoso y, por sobre todo, la redistribución realizada en los ocho años de Lula. El PBI brasileño va a crecer este año, al menos, un 7%, una de las mayores expansiones detrás de China. De acuerdo al FMI, en la última década Brasil tuvo un aumento de un 163% en su renta per cápita. En el 2011 se prevé que traspasará la maravillosa barrera de tener cada brasileño un promedio de 10.000 dólares al año. Un ejemplo concreto de que este crecimiento está llegando a los más pobres puede ser el de la cifra de planchas y licuadoras vendidas sólo en el primer semestre de este año: 10,3 millones. O que en este 2010 hay 22 millones de familias reformando o construyendo sus casas. O que el uso de tarjetas de crédito aumentó un 20% en el año, el crecimiento más grande registrado en el planeta.
Y todo esto, por supuesto se traduce en la felicidad y el bienestar de muchos. En la calle Alfonso Pena del tradicional barrio de Boa Vista, en el centro de Recife, me encuentro con un grupo de vecinos jugando al dominó frente a un conventillo medio derruido. Los cuatro jugadores Valmi, Fernando, Beté e Isa, que van de los 20 a los 50 años, coinciden en que están mejor que hace cinco años. “Lula es legal”, dice Valmi y todos dicen “si, si” ríen y levantan el pulgar tratando de que las piezas no se les caigan de las manos. “Hay trabajo, hay subsidios para estudiar, hay crédito…Lula lo hizo bien. Lo hizo por nosotros”, remata Fernando que viene de un pueblo del sertao pernambucano cercano a donde nació el presidente.
La revista Istoé hablaba hace algunas semanas de “la generación del bienestar” y decía que existe un consenso entre los economistas de que hay una relación muy estrecha entre el aumento de la renta de las personas y la sensación de felicidad, particularmente en los países en desarrollo. En un país rico tener un poco más o menos de dinero no hace grandes diferencias. En cambio, para los que no tienen nada, como era la situación de casi 100 millones de brasileños hasta la década pasada, un subsidio de unos pocos reales significa un cambio profundo. Y la clave de esto está en la llamada “Bolsa Familia” un subsidio que da el gobierno a todas las madres pobres proporcionalmente a la cantidad de hijos y los estudios que éstos realicen. “Este programa es una transferencia directa de recursos que beneficia a 42 millones de personas. Nunca antes había sucedido algo así. Es la mayor redistribución de ingresos jamás emprendida aquí”, explica Ermani Carvallo, coordinador del programa de posgraduados de Ciencias Políticas de la Universidad Federal de Pernambuco.
Susana Helia es una chica de 25 años, con tres hijos pequeños y otro por nacer en unos pocos días. Se mueve entre la gente del mercado popular de Santo Antonio. “Hoy cobré el Bolsa Familia. Recibo 185 reales (115 dólares) por los meninos. Vine a ver si puedo comprar un poco de carne barata. En la favela donde vivo todo es muy caro”, dice Susana, mientras sus hijas juegan con el agua podrida de la calle. No le alcanzará para todo el mes, pero esos 185 reales son sólo de ella y los niños. Su marido, alcohólico, no los puede cobrar. Una vez que tenga al nuevo bebé se va a anotar en una escuela de peluquería gratuita para intentar cambiar de vida: “Hay mucho trabajo en peluquería”. Dice no saber nada de política pero que va a “votar por Lula”. “Gracias a él mis hijos pueden comer”, dice con los ojos brillosos, junto a un árbol.
Y no son sólo los más pobres. Los empresarios apoyan en un porcentaje muy alto al gobierno del socialista PT. Tomo una caipirinha con el constructor Manoel Nunes en el bar Central del barrio de Santo Amaro. Él cuenta que está levantando 1.500 casas en tres pueblos alrededor de Recife y que nunca antes hizo tan buenos negocios. “Cuando Lula llegó al gobierno, la verdad es que teníamos miedo. Pensé que era un loco izquierdista. Pero poco tiempo después me di cuenta que era un gran líder y muy centrado. Comenzó a dar crédito y muchos trabajadores salieron a buscar casas. El negocio creció a una velocidad increíble. Hoy tengo 1.000 personas trabajando directa o indirectamente conmigo”, dice. Se refiere al financiamiento inmobiliario que en los primeros seis meses de este año sumaron 3.400 millones de reales, unos 2.000 millones de dólares.
Nunes también habla del desarrollo en el interior. Voy a comprobarlo. Hago 250 kilómetros por la ruta 232 hasta Arcoverde y doblo en la 424 para pasar por Caetés, el pueblo donde nació Lula, y luego retornar por Garanhuns hacia Recife. Hasta hace 20 años esto era un desierto. Millones de personas escapaban de la pobreza y se iban a San Pablo, la gran ciudad industrial del país. Hoy, esta geografía se modificó. Un acueducto que traspasa la zona hizo posible que se desarrollara la agricultura. Y a su alrededor florece una agroindustria de nivel internacional gracias a los incentivos que dio el gobierno para zonas desprotegidas. A esta región, que era históricamente la más desprotegida, se le transfirió más riqueza que a cualquier otro punto del país. El sertao pernambucano está desconocido. Y no es sólo agricultura. El puerto de Suape ya tiene 70 grandes compañías internacionales trabajando allí; construye más de 20 barcos y levanta una refinería impresionante junto a capitales venezolanos.
De regreso a Recife me topo con otro buen ejemplo de progreso. Josue de Oliveira, 48, sale de la casa de materiales de construcción Achaqui, en la calle Duque de Caxias. Lleva varias latas de pintura, bolsas de yeso y diluyentes. También cuatro chapas de zinc. Parte de la pintura es para un vecino al que le está haciendo un trabajo de reparación. El resto, es para levantarse una mediagua en el barrio de Baixada, donde vive con su mujer y seis hijos. “Siempre construí para otros. Ahora voy a hacer una pieza bien legal (muy buena) para mis hijas más grandes”, comenta Josue mientras sube las latas en la camioneta destartalada de un amigo. Camino a su barrio tendrá que pasar el puente sobre el río Capibaribe donde podrá ver una enorme favela levantada sobre pilotes que son arrasados con cada crecida. Allí la pobreza tradicional brasileña que afecta al 40% de la población sigue intacta. Hasta ese lugar todavía no llegó el crédito ni la posibilidad de construir nada. “No hay trabajo para gente como yo. Ahora hay que ser un operario especializado para que te tomen en una constructora. Y el Bolsa Familia no da para que comamos los diez que somos nosotros. Nos obligan a salir a robar”, dice Luiz, un garoto de 21 años y un rostro curtido por la vida en la entrada de la Ilha do Leite.
Las voces críticas también se hacen escuchar dentro de la campaña electoral. El martes pasado, en los festejos del Día de la Independencia marcharon por la avenida Boa Vista las organizaciones de izquierda extraparlamentaria que piensan que el gobierno dejó a mucha gente fuera del progreso. Una enorme columna, llena de color y música, con una gran bandera en la que se leía “El grito de los excluidos”, avanzaba lentamente. Muchos exhibían carteles a favor de la candidatura de Dilma. ¿No es esta una gran contradicción?, pregunté a Roberta da Silva, una mulata que bailaba entusiasmada. “No, nosotros somos el apoyo crítico del PT. Pensamos que hay que profundizar las políticas sociales y hay que empezar a perjudicar un poco más al capitalismo. Votamos por Dilma para que lo haga”, dice antes de seguir sambando.
El profesor Marcos Costa Lima, del Centro de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Pernambuco, explica así lo que sucede. “La verdad es que Lula arrasa con toda la política. Hay muy pocos que se atreven a enfrentarlo. La gran mayoría de los coroneles (caudillos) locales presentan candidatos propios a nivel estatal pero apoyan a Dilma a nivel nacional”, sostiene. “Por eso es bueno que exista una oposición que presione. Acá aún queda pendiente una gran reforma política que modernice el sistema. Y también una reforma de la tenencia de la tierra. Si Dilma no emprende esto que le quedó pendiente a Lula, le va a ser difícil avanzar”, afirma Costa Lima. “Nos falta mucho por hacer -explica Jorge Pérez, el veterano líder del PT de Pernambuco y ex diputado, cuando charlamos en su oficina comiendo abacaxi (ananá) dulce- pero lo que hicimos fue monumental. Tenemos orgullo como generación por lo que estamos haciendo en términos históricos”.
A pocos metros de donde marchan los “excluidos” se desarrolla el desfile oficial que comienza con el paso de decenas de fantásticas bandas de las escuelas secundarias de Recife y termina con una parada militar. Unas 20.000 personas están en las tribunas. Agitan banderas verde-amarelas y se mueven con enorme gracia ante los diferentes ritmos. Me subo a una de las gradas y hago una pequeña encuesta. Todos dicen estar mucho mejor que hace ocho años. La mayoría cuenta que en los últimos meses compró a crédito lo que siempre había soñado con tener. Esto explica que entre enero y julio se hayan vendido 1,9 millones de autos fabricados enteramente en el país. En el mismo período se vendieron 6,4 millones de televisiones. A fin de año se habrán vendido 14 millones de computadoras, lo que convierte a Brasil en el tercer mercado mundial detrás de Estados Unidos y China. Y para la Navidad, las asociaciones nacionales de comerciantes prevén vender por 9.800 millones de reales (5.700 millones de dólares).
Pasa la banda de la escuela Pessoa tocando A Felicidade, el tradicional samba de Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes. “Tristeza nao tem fim, felicidade sim”, tararea la familia Oliveira que tengo a mi lado. Pero acá bajo este sol de primavera, con la brisa que llega de la bahía, los chicos desfilando con enormes sonrisas, la gente tranquila y divertida, pareciera que lo único que no tiene fin es esta felicidad que está disfrutando hoy la mayoría de los brasileños.

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