La misteriosa sociedad de las intelectuales rebeldonas
Roka Valbuena
29.07.2009
Un intelectual anónimo alertó, con un susurro, que un grupo de mujeres
planea un ataque artístico. Ese tipo se refirió vagamente a un grupo de escritoras jóvenes, agresivas autoras de libros, de poemas, intelectuales bien formadas en lo mental y en lo físico, y con parcial presencia mediática. Y ellas, según parece, darán un golpe cultural. Se ha informado que estas escritoras planean, en las sombras, un movimiento. No un movimiento clásico, de esos articulados en torno a propuestas literarias y a los géneros narrativos, sino un movimiento cultural articulado en torno a los géneros humanos. Hablamos de un movimiento de escritoras que pretende luchar contra la misoginia en los medios culturales. Buscan derrocar el poderío masculino. El golpe, se puede deducir, tiene aroma a sexo. El sexo vende. De inmediato se activaron las campanas sensacionalistas y un reportero, una pequeña ardilla masculina, se puso el overol y salió a investigar.
Las preguntas abundaban: ¿quiénes forman este movimiento? ¿Odian a los escritores hombres, a los editores hombres? ¿Qué estrategias de combate planean? Tras una serie de acciones de índole policial se comenzó a armar un puzzle. Primero el detective apretó contra la muralla a su fuente anónima. Ese incompetente, ahorcado al cuello, disparó un nombre: Pola Oloixarac. Ajá, Pola, masculló el investigador, autora del libro Las teorías salvajes, reconocida intelectual a la moda, de maquillaje colorido y frases justamente salvajes. Oloixarac sería la líder. La difusa leyenda dice que Pola Oloixarac un día estaba en una reunión de intelectuales y sufrió un ataque sexista que le generó un trauma hormonal. Su novela recibió una crítica despiadada porque ella es linda. Oloixarac, a quien el lugar común del mundillo literario la ha calificado como la Fogwill con pollera, sacó el fusil. Contactó a otras escritoras. Contactó a Cecilia Zsperling, activista de la cultura, autora de la novela Selección natural. A Sonia Budassi, periodista más bien pacífica y autora de Los domingos son para dormir. A Mariana Enríquez, destacada periodista y autora de muchos libros. Y la explosiva Pola propuso la guerra. Igualdad en los medios culturales fue la consigna. Cultura sin genitales. Ya el feminismo ilustrado tomaba forma.
Una habló. Pola Oloixarac, instalada en la clandestinidad, pareció inubicable. El detective optó por encarar a Zsperling. “¿Cuál es el plan?”, le lanzó desde un locutorio que no deja huellas. Zsperling titubeó: “No sé si deba hablar”. “Usted puede”, insistió el periodista suavizando transitoriamente los modales. Y allí esta activista lanzó el estribillo del complot: “Queremos que la gente de la cultura sea menos machista”.
Szperling se refirió a que en los tiempos actuales, sí, se han abierto espacios para las mujeres, pero menos en el área de la cultura. Cultura, que debiera ser una de las áreas progresistas, no ha hecho avances. Dijo que los columnistas de los suplementos culturales son mayoritariamente hombres. “¿Cuántas columnistas mujeres hay?, ¿cuántas, eh?”, preguntó al aire, porque evidentemente no era una pregunta dirigida al minúsculo detective, sino a toda la Argentina. Reclamó que la ironía parece territorio masculino, que hay un consenso social de que la literatura está en manos de los hombres y que las críticas literarias masculinas usualmente no las benefician. Y allí recurrió a una estadística que cruza todas las áreas: “Las mujeres tienen que hacer cinco veces más que los hombres para obtener reconocimiento”. “¿Es guerra de los sexos, Szperling?” “No”, dijo. “No es la guerra de los sexos, pero hay cosas que se deben cambiar.”
Las estrategias, de momento, están en estudio. Se planea informalmente desde hacer una actividad lúdica, como una subasta de chongos, hasta un proyecto de ley que imponga la igualdad por decreto. No descartan piquetes, dijo Szperling. El investigador se impactó e imaginó a unas mujeres aguerridas, con peinados espectaculares, que detenían el tráfico de la 9 de Julio con pancartas que promueven a nuevas columnistas en los suplementos de cultura.
“Deme nombres”, impuso el detective. Y el grupo terrorista engordó: Mercedes Halfon, Fernanda Nicolini, Marina Mariasch, Eugenia Zicavo, Celia Dosio y una misteriosa intelectual llamada Evelyn. Se mezclan plumas de origen diversos: periodistas que escriben poesía, escritoras que escriben reportajes, casi todas con blogs brillando en el cosmos, y todas, en fin, son potenciales columnistas de la nueva era. El número es un clásico: diez revolucionarias forman el Frente Guerrero. Diez, un palo y un orificio. El número más igualitario de todos.
Cronología. La primera reunión fue en abril y, para evitar sospechas, se juntaron en un restaurante que tiene una comida muy alejada de la gastronomía argentina. Se juntaron en Ermak, un restaurante de comida rusa. Hasta allí llegó una fracción del comando. Mariana Enríquez, Sonia Budassi, Cecilia Szperling y Pola Oloixarac. Discutieron acerca de esa obsesión. Los columnistas casi siempre son hombres. Decidieron de inmediato tomar medidas artísticamente violentas. Se instauró el movimiento al primer brindis. Eso sí, aunque la cita parecía haberse realizado con sigilo, las guerrilleras cometieron un error. Una foto de la reunión circuló por internet. En ella se ve a las intelectuales en una pose combativa, fumando cigarrillos con decisión, mirando desafiante a la cámara. Esa foto pasará a la historia.
El movimiento decidió ir rotando lugares. Nunca repetirían un mismo sitio. La segunda reunión fue en la casa de una de ellas. A esa cita llegaron las nuevas incorporaciones y el debate fue más destemplado. Las reflexiones se hicieron a los gritos, hicieron chistes sobre los intelectuales hombres, los desplumaron, hablaron todas a la vez y, se puede especular, en medio de aullidos dejaron en claro el reinado de la mujer. Fue un éxito. El compromiso tomó seriedad. Y se pactó una cita cumbre para el breve plazo. La cumbre todavía no se ha realizado. Pero es inminente.
Al detective sólo le faltaba hablar con la líder. Y, tras muchas gestiones de alto nivel, el investigador cruzó unas palabras con ella. La Che Oloixarac lanzó unas sentencias por un teléfono.
Pola Oloixarac, desde la clandestinidad, enseguida lanzó una frase colorida para referirse al comando: “Es una suerte de espíritu que emerge”. Y como una generosa Napoleón contemporánea redujo su rol. No hay líderes, dijo. El Comando Revolucionario será horizontal. El detective, desesperado, declaró sentir empatía por el movimiento. Ofreció sus servicios. Oloixarac resolvió como un buen comandante: “Lo someteré a la voluntad democrática. Pero estamos abiertas al intercambio de ideas con los hombres. Estamos abiertas a muchas cosas con los hombres. Estamos muy abiertas, en realidad”. Y luego Pola, tras advertir que la vida del detective estaba en peligro, cortó.
Todavía nadie ha hecho la cuenta de la cantidad de testículos que están circulando en los espacios culturales. Se podrá discutir si el movimiento es pertinente o no. Pero ya es claro. El movimiento de intelectuales por la igualdad en los espacios culturales ya está constituido. Quieren una cultura sin genitales, pues, se sabe, los genitales se pueden usar para otra cosa.
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